Diego Maradona murió hoy tras sufrir una descompensación en su domicilio del barrio San Andrés, del partido de Tigre, donde hacía el postoperatorio tras la intervención quirúrgica por un hematoma subdural. El ex futbolista hoy técnico de Gimnasia de La Plata, falleció a los 60 años, edad que había alcanzado hace poco menos de un mes.
La noticia que hoy resuena a nivel mundial, la de la muerte del hombre que cambió para siempre la historia del futbol, podría haberse dado hace 20 años, cuando en el verano de Punta del Este el ‘Diegote’ estuvo a punto de dejar este mundo.
Esa vez gambeteó a la muerte como se sacó de encima a los ingleses para convertir el mejor gol de la historia del futbol. Hoy, para tristeza del mundo, no hubo finta que lo salve…
Maradona falleció cerca del mediodía, luego de que los médicos que lo asistieron intentaran reanimarlo sin éxito. El campeón mundial con la selección en el año 1986 había sido operado de un coágulo en la cabeza a principios de noviembre. Unos días antes, en su última aparición pública, se lo había visto muy mal dirigiendo a Gimnasia.
“Diego Armando Maradona fue adorado no sólo por sus prodigiosos malabarismos sino también porque era un dios sucio, pecador, el más humano de los dioses. Cualquiera podía reconocer en él una síntesis ambulante de las debilidades humanas, o al menos masculinas: Mujeriego, tragón, borrachín, tramposo, mentiroso, fanfarrón, irresponsable”. Eso escribió el genial Eduardo Galeano sobre el ídolo, y para este periodista, esa puede ser una de las mejores descripciones de Diego.
Maradona era eso, una contradicción constante. Un vecino de Villa Fiorito, un recóndito rincón de nuestro conurbano, que llegó a la cima del mundo, sin escalas, y como dijo él, “de un patada en el culo”. Tal vez -pero acepto la posibilidad del debate- el mejor exponente de la cultura argentina, o de eso que llamamos la “argentinidad”. Lo amamos, lo odiamos, cuestionamos lo que hace y lo que no, nos enoja y nos da alegría. Nos interpeló todo el tiempo.
‘Diegote’ fue el conductor de los “Cebollitas”; el pibe que soñaba con jugar un mundial; el que asombró en Argentinos; el que le metió cuatro golazos a un arquero que lo acusó de ser un gordito; el campeón con Boca; el del pase millonario al Barcelona; el que transformó para siempre a un club y una ciudad italiana, llevándolos, de verdad, de la nada a la gloria; el que se fue del estadio Azteca, en México, con la copa del mundo en la mano y reglándolos imágenes de un futbol de alto vuelo que hasta hoy permanecen en nuestras retinas; el de un pase mágico a Claudio Paul Caniggia con el tobillo hinchado para que le ganemos un partido imposible a Brasil en el mundial de Italia de 1990, bidón con algún somnífero de por medio también, claro; el que “le cortaron las piernas” en el 94, tras haber dado positivo en efedrina, sustancia permitida en varios deportes, pero no en el futbol; el que jugó en el Sevilla y Newells; el que se retiró en Boca en 1997 con una franja rubia en su pelo y yendo a entrenar en un camión Scania; el que dirigió Mandiyú y Racing; el del partido homenaje cargado, de figuras en la Bombonera, donde nos enseñó que “la pelota no se mancha”; el que dirigió la selección, nos llenó de ilusión y nos hizo volvernos vapuleados por Alemania del mundial del 2010; el entrenador del Al Wasl, Al Fujairah y los Dorados de Sinaloa; también el presidente del Dinamo Brest de Bielorrusia; y hasta hoy el técnico de Gimnasia de La Plata, equipo con el que visitó varios estadios del futbol argentino, y en todos recibió hermosos homenajes.
Maradona también fue el de la vida televisada hasta el hartazgo, el que con cada acción u omisión llenaba tapas de diarios y horas de televisión; el rifle de aire comprimido contra la prensa; el que cantó tangos y bailó cumbias; el que le pateó un penal a ‘Minguito’; un adicto a la cocaína, que hasta se dio el gusto de dar notas -en opinión personal, claro- bajo los efectos de esa droga; el del jarrón en el departamento de Caballito; el que nos enseñó que “lástima, a nadie”; el eterno compañero de Claudia, pero también acusado de violencia de género; el padre de Dalma y Giannina, pero después progenitor de mas hijos e hijas, que negó y reconoció; el que se planta ante la FIFA o le dice al Papa que venda el oro del Vaticano; el que hizo jueguitos en Harvard; un icono del neoliberalismo noventoso pero además el que se subió a un tren para ponerse a la cabeza del progresismo latinoamericano; el que nos regaló una joya televisiva como “La noche del diez”, donde, entre otras cosas, se dio el lujo de entrevistarse a si mismo dejando profundas reflexiones; el que levanta el teléfono y llama cuando menos lo esperás y más lo necesitás, como cuentan varios amigos y ex compañeros; el que siempre defendió a los jugadores y hasta pujó porque tengan un sindicato, como puede tener cualquier trabajador; el jugador de futbol que inspiró a cineastas como Emir Kusturika o Paolo Sorrentino, y también a músicos y artistas de diverso tipo; el que ama y odia a Guillermo Coppola y a Matías Morla; y últimamente el adicto al alcohol y vaya a uno a saber que medicación psiquiátrica.
Diego Maradona fue eso, un oxímoron viviente que se nos fue. Coherencia y contradicción, todo en un mismo frasco. El gol más ilegitimo y el mejor gol de la historia, todo en un mismo momento. Lo miramos y lo amamos, pero también lo odiamos.
“Lo mejor de Diego es que era un hombre absolutamente genuino. No era un hombre impostado, era un hombre genuino que expresaba todo con la fuerza con la que jugaba al fútbol”, dijo el presidente Alberto Fernández en la televisión, después de declarar tres días de duelo nacional por la muerte del ídolo. Y dijo otra verdad, “que nunca le vamos a poder pagar tanta alegría”. Y tiene razón.
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